Aterrado de ver vagando por las calles a decenas de jóvenes, la mayoría bachilleres, hombres y mujeres por igual, aterrado de constatar con varios de ellos con quienes hablé, que no están interesados en estudiar, en seguir una carrera universitaria, que solo les interesa asistir al culto y trabajar para obtener recursos que entregan a los pastores, le pregunté a uno de sus líderes por qué tenían que trabajar para entregar las ganancias a los pastores y sencillamente, con la mayor desfachatez del mundo me contestó: “Todo es para la obra de Dios”.
Una chica muy conocida fue a mi casa a ofrecerme tamales, entonces aproveché la oportunidad, la felicité por lo trabajadora que era y le pregunté que cómo era lo de los tamales, quien los hacía, como trabajaban, etc.
Entonces me contestó lo que ya sabía, que se reunían en la casa de “una hermana”, allí llevaban los ingredientes, comprados algunas veces, otras regalados por el comercio, luego todos trabajaban como hormiguitas haciéndolos y todos tenían una cuota de tamales qué vender; las ganancias eran para la Iglesia, para el pastor…Y por qué para el pastor, le dije, entonces me confirmó…Todo es para la obra de Dios.
Y así como los tamales son los buñuelos, las arepas, el pan de queso, la gelatina; es un enjambre de chicos trabajando para la “obra de Dios” y sin ninguna intención de estudiar, porque le pregunté a varios chicos y chicas, que porqué no buscaban la manera de estudiar, de entrar a la universidad, y me contestaron, palabas más, palabras menos, que no necesitaban estudiar porque todo lo suministraba “el Señor”, que eso no era necesario.
Una tarde pude apreciar cómo, a todo volumen con un sonido muy potente, uno de sus líderes, en plena calle, “evangelizaba”, como ellos dicen, y pude escuchar cómo citaban pasajes de memoria de la Biblia acomodados a su argumento gritando al final de cada silogismo “Aleluya, el Señor está con nosotros…” y de pronto llegó un carro de alta gama y a pleno sol, se bajó un hombre con vestido de paño completo y una mujer elegantemente vestida, los pastores como luego supe, y vi cómo el orador los presentaba como representantes de lo divino, como seres superiores, y todos gritaban desaforados aleluya, aleluya, y sus ojos parecían encandilados por una luz sobrenatural.
Entonces comprendí, los feligreses son los de a pie, los que trabajan “para la obra de Dios”, que son los pastores elegantemente vestidos, paseando en buenos carros y recibiendo el producto del trabajo de cientos de chicos que a quienes les han lavado el cerebro con consignas bíblicas haciéndolos creer que están trabajando para la obra de Dios, cuando en realidad lo están haciendo para avivatos que han tomado la religión como el mejor negocio que se les presenta, pues aparte de hacer trabajar a sus feligreses para ellos, les quitan mensualmente el 10% de lo que ganan, como una ofrenda para la casa de Dios, cuando en realidad están cobrando el 10% de intereses por una plata que no han prestado, todo para la obra de Dios.