Hace un año, exactamente el 26 de Enero del 2016, Pablito, El Poira, como comúnmente lo conocíamos, pasaba frente a mi casa cargado con su costal lleno de tesoros y piedras para lanzarle a quien le dijera el sobre nombre y de pronto se acercó al ante jardín, descargó sus pertenencias y se sentó a descansar bajo el árbol de pomo mirando para todos lados; me acerqué y lo saludé diciéndole: Hola Pablito, cómo está, que hace? Deme un cigarrillo y un tinto, fue la respuesta…
Un bombillito me alumbró y entonces vi la oportunidad de dialogar con este personaje legendario quien desde niño me infundió miedo y respeto por su agresividad cuando le gritaban su apelativo, y a la vez conmiseración por esa vida que llevaba y que equivocadamente consideraba de judío errante.
Le conseguí el cigarrillo y mi esposa presurosa le llevó el tinto; lo prendió, aspiró una bocanada, tomó un sorbo y se quedó mirando a lo lejos, allá donde solo él podía ver sus pensamientos.
Saqué el celular y cuando vio que le iba tomar una foto me dijo perentoriamente: son mil pesos. Se los di, le tomé la foto y se agachó para que no le tomara más; entonces comprendí que Pablito había encontrado la forma de obtener el dinero que necesitaba para lo que era más importante en su subsistencia: el tinto y el cigarrillo.
Al verlo, escuálido, con la piel tostada por el sol de muchos veranos, arrugada por el paso de los años, con esa mirada turbia que no era malosa sino producto de las enfermedades, entonces recordé los años 60, cuando Pablito con dos caballitos, como él decía, recorría las calles de Florencia y al pasar por La Consolata, escuchábamos sus gritos…LEÑA…LEÑA…
Y así recorría las calles vendiendo leña, con el perrero en la mano y la peinilla al cinto, listo para perseguir a quien le gritara Poira, deteniéndose para negociar su carga cuando alguien lo requería, o para tomar un tinto que a veces le ofrecían o para comprar un “Pate Chulo”, como le decía al cigarrillo Royal.
Y así continuaba hasta vender su mercancía y cuando no lo lograba, se iba para el café Real, donde su amigo Juan Lugo quien le compraba la carga simplemente para ayudarle, porque la regalaba a quien pasara primero.
Juan Lugo era el único que en Florencia se atrevía a decirle Poira en la cara y Pablito no se disgustaba, lo consideraba como un padre porque siempre le compraba la leña que le quedaba y porque siempre le daba el acostumbrado cigarrillo y el tinto; por eso cuando el comerciante murió, Pablito apareció en el velorio luciendo un raído traje de paño negro y una corbata roja; estuvo toda la noche acompañando el féretro, tomando tinto, fumando y llorando, y al otro día en La Catedral, no permitió que llevaran el féretro en una carroza, él lideró la idea de cargarlo entre todos y así fue llevado al cementerio.
Por esos días y como sintiendo la adrenalina que produce la muerte de un ser querido, intensificó sus discursos en el palo de mango y la plazoleta de la alcaldía, fustigando a los políticos que para él todos eran ladrones, menos su General Gustavo Rojas Pinilla, quien era su héroe y a quien veneraba y ponía como ejemplo de buen gobierno.
Mucho se ha dicho y se ha escrito sobre la suerte de Pablito, muchos se quejan porque no se le ofreció ayuda en vida, pero desconocen que Pablito amaba la libertad sobre todas las cosas, nunca permitió que lo llevaran a un hospital o a un ancianato; en una oportunidad una alcaldesa logró convencerlo de que entrara al centro asistencial para recibir atención médica buscando que se quedara al menos por unos días, pero apenas le dieron unas medicinas tomó su costal, su perrero y nadie pudo detenerlo; amaba la libertad; parodiando a un amigo suyo, el del Ferry Marco Polo de Puerto Arango, Pablito era un caminante del mundo, un hombre libre, sin deudas, compromisos, celular, redes sociales, o algo por el estilo; le gustaba caminar cuando quería y por donde quería, dormir donde lo cogiera la noche o el cansancio o tomar un tinto con el infaltable cigarrillo, cosas que pedía con naturalidad y que todos le ofrecían, casi siempre con cariño.
Pero Pablito, se nos fue, se fue ayer, precisamente hace un año después de nuestra charla en el ante jardín de mi casa, se fue para no volver a hacer el recorrido desde Florencia a Puerto Arango donde rememoraba mejores épocas con su amigo del ferry, se fue dejando marcadas varias generaciones con el hálito inconfundible de su presencia, se fue a hacerle campaña al General Gustavo Rojas Pinilla, se fue a ordenar que le dieran libertad a todos los presos y comida a los que tuvieran hambre, se fue a recorrer las praderas del infinito buscando un sitio donde tomar un tinto y fumarse un cigarrillo, se fue a comentarle a su amigo Juan Lugo que no le podía llevar más leña porque se le murió el caballito… y el también.