Edilberto Valencia Méndez

Desde los primeros días de diciembre se iba a los bosques aledaños a Florencia a recolectar las papayas verdes y los limones que servirían de base del dulce de nochebuena; seguía la tarea pelando las papayas y los limones y colocándolos al sol durante varios días hasta que se secaban totalmente; luego se melaban, se les agregaba el queso, el pan de cuajada y las brevas; completo el dulce se compartía con los vecinos y amigos en una camaradería inigualable que hoy ha desaparecido.

A partir del 10 de diciembre en las casas se comenzaban a armar los pesebres; desafortunadamente en esa época desconociendo el mal que se hacía, en vez de papel que sirve como base ahora, se utilizaba el musgo que se traía de la cordillera. La distancia de los reyes magos hasta Belén se tomaba teniendo en cuenta los días que iban pasando de la novena y en muchos casos, el nicho del Niño Dios, se coloca en un sitio estratégico del cual hablaremos más adelante. Todo quedaba listo para el 16, día en que empezaba la novena.

El día del comienzo de la novena todo era expectativa, a las 7 de la noche, casi de forma simultánea, comenzaban las novenas en toda Florencia; entonces comenzaban a aparecer los caránganos, que eran comparsas de diablo y diabla, espantos y por lo general la vaca loca, comparsas que perseguían a los niños y bailaban frente a las casas donde había pesebre, al son de una larga y verde guadua, a la cual se le sacaba una tira, se despejaba por el centro para formar la caja de resonancia, se le colocaban en las esquinas tapas de gaseosa previamente aplanchadas con piedras y el que tocaba el carángano iba armado de dos gruesos palos con los cuales le sacaba un sonido peculiar, sonido que servía para bailar la comparsa. Con el carángano iba una persona mayor que llevaba una bolsa de trapo en la cual recogía los aportes que generosamente daban los vecinos que tenían pesebre.

Con el carángano se prendía la fiesta: la vaca loca que era un armazón cubierta con costales y en el frente con los cachos de una vaca, llevada por uno de los de la comparsa se dedicaba a embestir a Reimundo y todo el mundo; todos gritaban, en especial los niños y las mujeres cuando la vaca loca los embestía y detrás venía el diablo y la diabla listos a llevárselos si se caían. La fiesta era espectacular.

El 24 la novena era diferente; era más hogareña, ya los regalos aparecían misteriosamente en los pesebres, en algunas casas los padres de familia en un descuido de los niños, se subían al techo frente al pesebre y mimetizaban un naylon muy delgado con el cual amarraban al Niño Dios por la cintura con el fin de dejarlo descender hasta el pesebre a las 12 de la noche en medio del asombro de los chiquilines. A esa hora se destapaban los regalos; desafortunadamente se quemaba pólvora, los niños podían jugar hasta las 2 o 3 de la mañana y los adultos comenzaban la rumba que se prolongaba hasta el amanecer. Así eran las navidades de los 50, navidades que desafortunadamente nunca volveremos a tener. Felicidades para todos y que el Niño Dios se lleve la pandemia para el infierno donde se debe estar achicharrando con todos los diablos de los caránganos.

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