A las dantescas escenas de alrededor de 44 edificios colapsados por el terremoto de ayer en México, con epicentro en el estado de Morelos, se sumaron las explosiones y los incendios producidos por los escapes de gas, la carrera de la gente pidiendo auxilio y buscando refugio, la respuesta inmediata de los socorristas, de las fuerzas armadas mexicanas y de miles de voluntarios trabajando durante toda la noche sin energía eléctrica, buscando a los sobrevivientes de las estructuras colapsadas por el desastre.
Ciudad de México. Ayer en la mañana México hizo un simulacro nacional de prevención de terremotos y en la tarde se produjo uno con una intensidad de 7.1 en la escala de richter, y precisamente se produjo 32 años después del terremoto de 1985 que destruyó casi la totalidad de Ciudad de México; dos funestas coincidencias que tienen a ese país sumido en la desgracia.
Anoche 4.5 millones de mexicanos en tinieblas pasaron la noche en vela mientras cientos de rescatistas, miembros de las fuerzas armadas y voluntarios, trabajaban sin descanso en la búsqueda de sobrevivientes bajo las estructuras colapsadas; en solo Ciudad de México se derrumbaron 44 edificios y aún no termina el censo de los cientos que quedaron en grave peligro.
En el estado de Morelos, más exactamente en el municipio de Jojutla donde fue el epicentro, todo es destrucción y muerte; en ese municipio, además de la mayoría de los edificios principales, colapsó el Concejo, la Iglesia, las escuelas y la torre de la modernidad; hasta ahora se contabilizan 72 víctimas y se busca afanosamente a los sobrevivientes.
La autopista Jojutla Cuernavaca, lo mismo que la de Ciudad de México Acapulco, fueron severamente afectadas y el tráfico fue suspendido; el transporte es gratuito por todos los medios que se puedan utilizar, lo mismo que el servicio de internet; el gobierno ha dispuesto todos los mecanismos a su alcance para apoyar la población; México, después del Japón, es el país mejor preparado para afrontar los sismos.
Anoche en muchas poblaciones mexicanas se vivieron escenas de dolor, heroísmo e incluso de alegría; miles de personas se acomodaban en albergues previamente establecidos por el gobierno pero sin pegar el ojo por el miedo a las réplicas, otras buscaban afanosamente a sus seres queridos entre las estructuras colapsadas, otras celebraban el rescate de uno que otro sobreviviente, los socorristas y voluntarios trabajaban sin descanso con el apoyo de caninos especializados en búsqueda y rescate, y muchas familias abrazadas oraban llorando para que la horrible noche terminara.