Los desesperados esfuerzos de Andrés Pastrana y César Gaviria, por acomodarse como se pueda en el tren de la potencial victoria en las elecciones presidenciales, contribuyó con la estocada final al conservatismo y liberalismo que se ahogaron en la mermelada y por esa razón, se convirtieron en el féretro de la actual campaña a la presidencia de la República.
El cuento de Iván Duque de que las alianzas que está haciendo para la segunda vuelta, obedece a acuerdos programáticos antes que burocráticos, es para morirse de la risa y el cuento de Gustavo Petro, de que va a respetar la institucionalidad y que a raíz de esa declaración los seguidores de Fajardo se unirán a su campaña, da mucho más risa porque el país lo sabe perfectamente: liberales y conservadores no dan puntada sin dedal y ese dedal es la mermelada a la cual están acostumbrados.
Humberto de la Calle, quizás el candidato con más talante de estadista, promotor del acuerdo de paz con las Farc y por ende enemigo acérrimo de la tesis de Alvaro Uribe en el sentido de volver trizas ese acuerdo, fue abandonado por su propio partido, en especial por su director César Gaviria, quien como Pastrana, como un camaleón cambió de piel y se unió a quien otrora atacaba con saña.
La muerte de los partidos tradicionales es un hecho; en el Caquetá da pena ver los resultados que obtuvo de la Calle quien no tuvo quien le hiciera campaña y quien no tuvo la más mínima publicidad, mucho menos equipos puerta a puerta promocionando su candidatura, y los “jefes” conservadores, fieles a su estrategia de acomodarse como pueda con tal de participar en la torta del poder, se fueron con Ivan Duque, muchos con el risible cuento de que así estaban apoyando el partido por eso de la Vicepresidenta, quien también se ha caracterizado por ser ducha en la política del camaleón.
Los seguidores de Vargas Lleras, cuyos líderes ya se sentían presidenciables, quedaron desconcertados, en la cuerda floja y especulando en cual tren acomodarse para no perder algo de la tajada del próximo gobierno; es increíble pero cierto: las redes sociales que volvieron viral el coscorrón y las “preguntas chimbas” de su candidato, acabaron con él y sus líderes, quienes confiados en la maquinaria no trabajaron en la campaña y seguirán de tumbo en tumbo alimentando las especulaciones de cafetería que por estos días se dan.
En la última vuelta Sergio Fajardo dejó a sus pretendientes, Duque y Petro, con los crespos hechos al anunciar que votará en blanco, que sus votos son de “ciudadanos serenos, atentos, libres, pensates, críticos”, agregando que “el voto no es una obligación, es una convicción”.
Indudablemente Fajardo está cuidando su imagen con miras a las siguientes elecciones presidenciales, en las cuales como es lógico, aspira a tener a su lado a la coalición que tantos frutos le dio en la actual campaña.
Y mientras sigue el rifirrafe entre los dos aspirantes a la presidencia, liberales y conservadores de a pie, de esos que se sientan en los parques y heladerías a tomar un tinto y arreglar el país, se devanan los sesos vaticinando si Petro o Duque serán presidentes; ahora, como Pirro rey de Epiro, tienen que conformarse discutiendo sobre la posibilidad de otros candidatos que hace muy poco tiempo despreciaban por no ser rojos o azules.