Esta es la historia de muchas personas en Colombia que viven en la más absoluta pobreza, yo diría que es el pan de cada día; hoy les contaré la realidad de dos abuelitos que no tienen dinero ni para comprar un plato de comida, es un abuelo huilense pero Caqueteño por adopción, quien por cosas de la vida terminó viviendo en Florencia desde hace 15 años; su residencia es en el Barrio el Guamal, sobre la playa del río Hacha.
Él es Don Hernando Calderón Ome, tiene 72 años y vive con su esposa de 63; fue víctima de un carro fantasma que le dejó una herida abierta en el pie; un viejo sillón donde permanece sentado por horas, también hace las veces de cama, aún sueña con pasar los últimos días de su vida en un lugar digno; el sillón es duro como su terrible situación económica, está manchado no solo con sudor si no con lágrimas; la soledad, el abandono, el olvido, la indiferencia duelen, duelen tanto como le duele a su esposa quien duerme en un rincón donde le cae agua cuando llueve.
Los abuelos viven en un rancho de 4 tablas podridas que amenaza con venirse al suelo; sufren los embates del clima tan cambiante que se vive en la capital del Caquetá; en sus caritas y sus ojos de desesperación nadan la angustia y el hambre, viven de lo que les dan las personas de buen corazón en la calle o hurgando en la basura; como dice Don Hernando, hay que calmar por un rato ese nudo en la panza que no los deja vivir en paz.
En una caja de madera sostenida inverosímilmente por unos palos y con algunas piedras, tienen el fogón donde preparan sus míseros caldos o “cocidos” utilizando viejas ollas, tan viejas que parecen prehistóricas; debido a la procedencia de algunos de sus alimentos, la pareja sufre de enfermedades respiratorias y diarréicas agudas, adicional a eso, también tienen enfermedades en la piel, pues están expuestos a las basuras, al sol y al agua.
Una piedra a la orilla del río es el lavadero; allí la señora de la casa intenta limpiar los pocos chiros con los que cuentan; no tienen baño, por lo que hacen sus necesidades en bolsas y las arrojan al rio. Él no sabe leer ni escribir, situación de la cual una persona muy allegada se aprovechó para engañarlo y apoderarse de su casa; por eso están viviendo en condiciones de extrema pobreza.
En una de las gráficas que ilustran esta nota, está la vivienda de la cual fue sacado con engaños, porque sin saberlo y confiando en una persona muy cercana, según Don Hernando, firmó unos papeles para vender la propiedad. En todas partes pululan personas sin corazón, frías y calculadoras capaces de destruir vidas sin ningún remordimiento.
El abuelo está pidiendo a gritos ayuda; comida, ropa y una vivienda digna, sé que entre todos podemos ayudarlo, y al mismo tiempo, orar mucho porque no ocurra una tragedia como la de Mocoa, pues estos abuelos se encuentran en una zona de alto riesgo; gracias a la ayuda de personas de buen corazón se ha logrado que los ancianos estén en la lista de beneficiarios para vivienda propia, pero ese día aún no llega y la tragedia sigue y sigue, como inexorablemente sigue la corriente del río Hacha que en cualquier momento puede acabar con ellos.
Quienes en realidad deberían hacer algo para romper las cadenas de la pobreza extrema, y del alto riesgo para la integridad humana, son las autoridades municipales, departamentales y nacionales, quienes tienen la responsabilidad de prevenir desastres mediante los sistemas de gestión de riesgo y realizar la reubicación de hogares en peligro que no cumplan con condiciones de habitabilidad; desde aquí hago un respetuoso llamado al alcalde de Florencia, para que intervenga en esta dolorosa situación y solucione en el menor tiempo el terrible cuadro de miseria de Don Hernando y su esposa; no esperemos que el río se los lleve; eso sería una nueva tragedia anunciada.