Estaba mirando el espacio en aquella hermosisima mañana muy soleada por cierto, cuando algo le llamó poderosamente la atención, quedo petrificada, sus ojos se agudizaron y pudo distinguir en la distancia a la inmensa ave que se acercaba, con sus alas gigantescas, negrisimas como el azabache, con un pico de brillantes colores, con un andar por las nubes hermoso y esbelto que poco a poco se fue acercando a la finca donde vivia Catalina, que así se llamaba la lora que observaba al tucán llegando a la finca; se quedo petrificada, «ese debe ser el amor de mi vida, ese debe ser Pepe el amor con quien siempre he soñado, miren que hermosura, cómo mueve esas alas gigantescas, cómo poco a poco desciende», y se quedo alelada mirando el tucán que comenzó desde las alturas…
Pepe sacudió sus alas, estiró su pico, miró hacia todos lados y se quedo quieto por unos momentos, entonces la vió, entonces vió a Catalina, vió a la bellisima lorita que parada en una de las esquinas de la cerca lo observaba cuidadosamente. Pepe no le puso mayor atención y comenzo a escudriñar de lado a lado el sitio donde habia aterrizado.
Sacando fuerzas de donde no tenía, la hermosa Catalina con su plumaje verde, exuberante, y un copete amarillo muy muy llamativo, poco a poco se fue bajando del cerco y fue pasando por el piso del corral hasta llegar al botalón, donde de un salto quedo al lado del gigantesco tucán; era un cuadro surrealista de un avichucho diminuto tratando de alcanzar la estatura de un ave colosal.
Pepe ni la miró, pasó la vista por encima de ella y siguió escudriñando hacia el horizonte, hacia los árboles de naranjo, hacia los árboles de aguacate, hacia los árboles de mandarina, las matas de platano, incluso mirando las gallinas que pastaban muy cerca de allí, siempre acompañadas de un gigantesco gallo rojo que celosamente las cuidaba.
Catalina un poco atrevida comenzó a dar vueltas alrededor del pájaro recién llegado, pero este ni la miraba; entonces Catalina se detuvo y comenzo a cantar lo único que sabía: «chocolate, chocolate, quiero chocolate, rua, rua, rua…».
Pepe fastidiado no le dió ni la hora, movió las alas y levanto el vuelo hacia una de las palmeras que había cerca del corral, evidentemente no quería ni siquiera mirar a la pobre Catalina que se quedo sola anonadada viendo un chispero.
Catalina no se amilano, saltó nuevamente hacia el cerco y de ahí saltó por que no volaba bien, saltó hacia un palo de naranjo y ahí comenzó a picotear uno de los frutos tratando de llamar la atención del tucán, pero Pepe ni siquiera la miraba; por el contrario comenzó a horadar uno de los cocos de la palma con su gigantesco pico; ahí estaba su desayuno y posiblemente su almuerzo.
Edilberto Valencia Méndez y Marinela Cedeño Renza
Pepe y Catalina
Digitó: Juan David Valencia Agudelo
Próximo capítulo: Pepe en familia