Esta Tierra de Promisión a la que nos trajeron padres y abuelos cuando todavía era un escenario en el que la naturaleza imponía las condiciones, ha venido cambiando con los años. La lucha por imponer lo cultural sobre lo natural se agudizó tanto que, sin que apenas nos diéramos cuenta, caímos en la adoración de los productos del mercado y cada vez nos movemos más por las motivaciones que impone la última moda del consumismo. El contacto directo con el mundo natural ha sido reemplazado por los medios y las mediaciones surgidas con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. El ruido de los celulares, los ipods, los mini computadores, las memorias MP3 y MP4, los compactos, los karaoke, etc., ya no permiten que experimentemos, el canto gratis del ruiseñor al amanecer, las disputas interminables de las ranas alrededor del lago al caer la tarde, las caricias de la brisa antes de la lluvia o la oferta múltiple de los ríos en los días más calurosos del verano. Los hechos que llenaron los días de nuestra juventud en comunión con el mundo natural han pasado de los hechos a los recuerdos.
Después de que hemos vuelto a ver la tierra con los mismos ojos que encontraban la expresión natural a primera vista, nos hemos sorprendido porque los lugares hermosos de la niñez y la primera juventud no estaban allí. Pero no nos dimos por vencidos, empezamos a buscarlos en lugares un poco más retirados y, poco a poco, como convocados por el encanto fueron mostrándose de nuevo.
En realidad embrujo y manigua tienen una relación semántica. La palabra manigua es de origen Taíno, un grupo indígena de la familia Arawak de las Antillas mayores. Con ese término los naturales significaban el bosque, la selva. Sin embargo, no era la selva en el sentido del espacio puro, era un hábitat que recogía las emanaciones de la cultura de los grupos que la habitaban. De esta manera la palabra manigua fue transmitida a los blancos y sobrevivió al exterminio de los Taíno. El uso que hoy se hace de la palabra sigue teniendo la connotación de espacio selvático donde imperan las emanaciones mágico-religiosas de las culturas de sus habitantes. Escogimos las palabras para señalar la selva como el lugar del encantamiento, porque eso es lo que sentimos en la infancia y hemos vuelto a experimentar ahora al visitar lugares donde parecen concentrarse las fuerzas del universo para celebrar la belleza de lo que significa el proyecto de la naturaleza que nos comprende a todos: al cuerpo del mundo y al mundo del cuerpo de cada uno de nosotros y de los otros.