Hace un tiempo, luego de sentir una completa decepción por haber estudiado Dirección y Producción de T.V, me di cuenta que mis opciones se habían limitado a trabajar extensas jornadas mal pagas en una fábrica de salchichas. Una fábrica que, dentro de sus múltiples productos y enlatados, llenos de conservantes y aditivos, era capaz de poner o quitar presidentes a su antojo y de desdibujar la triste y apabullada realidad de este país.
Me había convertido en todo un «partyman», es decir, en un ser que andaba de rumba en rumba y de farra en farra detrás de algún productor famoso para que me diera un contratico de seis meses o un año. Tuve que vender mis aptitudes profesionales al mejor postor y a los intereses banales, desabridos, estúpidos y vacios de producciones estilo narco-culi-teti-pandilleri-malandras de tres pesos. Eso, y esperar que conmigo hicieran lo que se les diera la gana; incluyendo no pagarme mi sueldo a tiempo, sacarme y/o meterme en equipos de producción en cualquier momento o tratar de cambiar mis tendencias sexuales para mejorar mi situación económica.
Tomé la opción, entonces, de ser «autónomo» y trabajar como «camarógrafo» o fotógrafo en cuanto bautizo, boda, cumpleaños o funeral se me presentara. Estuve, también, en producciones independientes sin presupuesto y comí toda la mierda que ello implica. Por último, me largué y busqué hacer mejor vida en otro país; hasta que en una ocasión, simplemente, mandé todo pal carajo.
Después de probar y probar por más de doce años, ¡ojo! salvo lo del cambio de tendencias sexuales, escogí la opción del nimierdismo… me levanté y comprobé que esta carajada de la televisión, o fábrica de salchichas, sólo le sirve a los oligarcas de arriba dueños de los medios, de los capitales y de los políticos en este país. Que a los de abajo, ósea los que tenemos una mediana educación o simplemente no contaron con suerte para formarla, nos toca comernos los desperdicios de notisucios, realitys, chismeríos y novelones repletos de mafia, capos, putas, drogas, pandillas, guerra, corrupción y demás. Embutidos, estos, que no solo llenan nuestra mente de estupideces, sino que fomentan una crónica bulimia mental y espiritual.
Por eso invito, a todos aquellos que como usted o como yo hemos trasegado está impávida vida y tenemos esa rebeldía escondida en nuestras palabras casi silentes, a que dejemos de absorber esa basura plástica, rectangular y mal oliente que nos quieren meter por los ojos. Se los dice alguien que estuvo en la cloaca de esa fábrica y que sé, por experiencia, que al que habla duro en este país lo callan o lo hierven en la mitad de una cacerola donde se fríen las mentes, la dignidad, los derechos y los intelectos de las personas. Pero esta generación no puede seguir consumiendo de un lugar desde donde se ve con escepticismo todo lo que pasa a nuestro alrededor. Hay que ir pasando de la palabra a la acción. Nos estamos haciendo cada vez más viejos, pero menos sabios. No estamos azuzando a los jóvenes para que dejen esa estupidez que viene con las hormonas desordenadas y cambien de vez en cuando el reggaetón y los blacberrys por información inteligente, argumentada y prolija. Hay que empujarlos para que aprendan sobre la historia de su país, pero sin los venenosos eufemismos de la apología y el importaculismo…
Hay que despertar y reaccionar frente a sus fermentadas recetas televisivas. Hay que resistirse a pertenecer a su ralea. Hay que obligarlos a cambiar esas salchichonerías llamadas canales de televisión por espacios realmente lúdicos, artísticos y culturales. Y hay que obligarlos a cambiar ese condimento rancio y dañino llamado rating por otro menos nocivo y cancerígeno…
Y me faltó la última opción, la del talento innato; la del genio creativo que todo lo que pone en palabras resulta siendo documentado en producciones valiosas y reconocidas por su esfuerzo en buscar la verdad. Ese talento, desafortunadamente, sólo lo he visto en algunos de mis colegas a quienes admiro y respeto…
Por: Iván Cortez