La carta del niño  Dieguito, de escasos 12 años, de la escuela La Esperanza de un barrio vulnerable de Florencia, que deshizo en lágrimas a Rebeca Hammel, funcionaria de USAID que hacía la presentación del programa de Alianzas para la Reconciliación en ese municipio, carta en la cual el chiquilín le pedía a la sociedad que no peleara más, que buscara la paz, que nadie quería más guerra, fue el corolario de otras cartas, también de niños, leídas en esa presentación, todas pidiendo a gritos que cesara el odio, lo cual habla a las claras que los niños en el Caquetá, desde sus escuelas están construyendo la paz.

Florencia es uno de los 20 municipios de Colombia escogidos por el programa de Alianzas para la Reconciliación, PAR, que patrocinan USAID y la ONG ACDIVOCA, con un presupuesto de 20 millones de dólares para apoyar la construcción de paz en ese municipio que es uno de los más afectados por la violencia en el país, y la sorpresa agradable que han recibido los funcionarios de esas entidades, es la decisión unánime de los  niños de las instituciones educativas del Caquetá, de construir paz a través de cartas, carteleras, mensajes por las redes sociales, obras de teatro y pronunciamientos por los medios de comunicación; manifestaciones de los niños que se han convertido en el común denominador de un sentimiento generalizado a favor de la paz.

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 El sacerdote Pedro Nel Narváez, Director de ese programa en Colombia y quien durante 11 años trabajó por la paz en San Vicente del Caguán, en un emotivo discurso pronunciado en el auditorio de la Universidad de La Amazonía, dijo que la víctima que no perdona sigue siendo víctima, que el perdón cambia el futuro y resaltó la carta de otra niña, Maryuri, quien invitó en su misiva a perdonar, a entender al contrario, a recuperar la confianza en el otro, a comprender que solo con el perdón se logra la paz que los colombianos quieren.

 Y cuando el sacerdote al hacer un minuto de silencio con víctimas del conflicto que espontáneamente subieron al escenario, incluyendo un niño, en el ambiente se pudo palpar con las manos ese deseo generalizado de aclimatar la paz que caracteriza a los caqueteños, quienes han sufrido de manera directa o indirecta, la pérdida de alguno de los suyos en el conflicto armado.

 Pero el clímax del evento se produjo cuando Rebeca leía la carta de Dieguito y no podía contener las lágrimas, y de repente desde el  público alguien gritó que ahí estaba el niño, y subió al escenario, y se abrazó con su amiga, y las lágrimas silenciosas caminaron por muchas mejillas, muchas mejillas que han sufrido en carne propia la violencia y que ahora, con el ejemplo del chiquilín, están comprendiendo que en El Caquetá, los niños están construyendo la paz.

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