Primera entrega
Al cumplirse un año más de la toma de la base de las Delicias por las Farc ocurrida el 30 de agosto de 1996 en la Tagua Putumayo y al tenor de los últimos sucesos en los cuales dirigentes de esa guerrilla decidieron volver al monte, publicamos por entregas, el viaje que las madres de las Delicias realizaron por los ríos Orteguaza, Caquetá y Caguán, buscando contactos con la guerrilla para lograr la liberación de sus hijos, historia que cubrí personalmente en la lancha Calamar que hizo el histórico viaje, con la periodista del Tiempo María Luisa Murillo.
El texto y las fotos son de mi autoría
La noticia estalló esa tarde en los medios radiales de Florencia: las madres de los soldados secuestrados en la base militar de Las Delicias, en jurisdicción de Puerto leguízamo, en el Putumayo, en un ataque ocurrido el 30 de Agosto de 1.996, estaban en Florencia y al día siguiente se embarcarían en el río Orteguaza, a la altura del puente de Venecia, para hacer un recorrido por los ríos con el fin de establecer contactos, tocar los sentimientos maternales de la guerrilla y lograr la liberación de sus hijos.
Estábamos a comienzos del mes de mayo de 1.997 y la noticia era una bomba a nivel nacional; decenas de periodistas de todos los medios estaban en Florencia entrevistando a las madres que en número de 40, después de haber pasado 5 meses en la Defensoría del Pueblo en Bogotá, y desesperadas por la falta de noticias de sus hijos, decidieron tomar el toro por los cuernos y viajar directamente por los ríos del Caquetá en busca de sus retoños, una acción heroica que ya estaba tomando connotaciones internacionales.
Por esa época trabajaba con una emisora filial de Caracol en Florencia, en un noticiero que dirigía el desaparecido periodista José Duviel Vásquez Arias y con él me puse de acuerdo para ir a cubrir el viaje de “Las Madres de las Delicias”, como ya se les conocía a nivel nacional; tenía que enviar informes periódicos desde los sitios por los cuales pasaría “El Calamar”, embarcación que nos llevaría por los ríos del Caquetá hasta la base de Las Delicias en el Putumayo. Tales informes serían transmitidos a nivel nacional por la cadena a la cual estaba afiliada la emisora.
A las 7 de la mañana de un día soleado a principios de Mayo de 1997, estuve en el puente de Venecia; parecía un hormiguero, cientos de curiosos, periodistas, fotógrafos, camarógrafos, vecinos de esa inspección y algunos militares de civil, rodeaban al “CALAMAR”, la embarcación en donde una a una iban subiendo las madres de los soldados que poco a poco iban llegando desde Florencia; me costó mucho trabajo lograr un cupo en la lancha porque 14 periodistas a nivel nacional ya estaban acomodados y listos para partir.
El Calamar (que aún surca los ríos del Caquetá), es (porque continúa viajando), una lancha de madera pintada de verde, de unos 45 metros de largo y tres de ancho, con una cubierta en la parte media en donde se pueden acomodar en hamacas alrededor de 40 personas para dormir y protegerse de la intemperie, impulsada por un cansino motor de 125 centímetros cúbicos, propiedad de una de las madres de Las Delicias que tiene 2 hijos secuestrados y los otros dos son los maquinistas que nos llevarán en esa odisea inverosímil por los ríos más caudalosos del sur de Colombia.
Rápidamente entablo amistad con María Luisa Murillo, una diminuta mujer con un corazón que no le cabe en el cuerpo y un espíritu decidido como el que más, corresponsal del Tiempo, con quien convinimos en que dormiríamos en la punta de la canoa, en el piso, primero porque el espacio cubierto estaba ocupado por las madres y porque en la proa podíamos avistar primero la guerrilla o registrar cualquier hecho fuera de lo común que se presentara; María Luisa ya conocía la zona de los ríos y sabía de primera mano el tejemaneje del trato con la guerrilla.
A las nueve de la mañana, con fuertes cabezazos sobre las aguas del gran Orteguaza y con un lánguido toque de sirenas de otras embarcaciones que nos acompañarán en un corto trayecto hasta Puerto Arango, El Calamar, con una gigantesca bandera blanca ondeando orgullosamente en la proa, inicia su gran aventura llevando en su seno a 40 de las madres de los 60 soldados de Las Delicias y 10 infantes de marina, a dos personajes que se identificaron como representantes de la Fundación “Vida” que patrocina el viaje y 14 periodistas, además de los dos con María Luisa.
Decenas de personas apostadas a las orillas del río y en el puente que comunica el batallón Héroes de Güepí con Venecia, nos despiden con pañuelos blancos y toda clase de pitos, mientras las madres de las Delicias agitan sus brazos en señal de despedida y las lágrimas ágilmente descienden por sus curtidas mejillas, lágrimas que no han cesado de brotar desde el día que sus hijos fueron secuestrados.
La velocidad es en extremo lenta, los periodistas nacionales están asombrados con los hermosos paisajes que ya se presentan, con la majestuosidad del río y toman y toman fotos sin saber que el recorrido será muy largo y no tendrán posibilidades de recargar sus baterías u obtener rollos, porque en esa época aún no existía la fotografía digital; gastamos algo más de una hora en llegar a Puerto Arango, un caserío a orillas del río donde también nos espera una multitud y en donde embarcamos 8 canecas de combustible para el camino.
El combustible es vital porque en esa época el ejército se había tomado los ríos del Caquetá en su guerra contra el narcotráfico y controlaba al máximo la gasolina, razón por la cual teníamos que llevar suficiente para llegar al menos a Cartagena del Chairá; en los caseríos que pasaríamos la venta de gasolina dependía de los permisos que daban los militares y era muy difícil conseguirlos.
Comienzo entonces a socializar con las madres y nombres como los de Marleny, Miriam, Hermencia, Nelly, Estella y especialmente Angelita, comienzan a ser familiares; cada una tiene su propia historia y la foto de su hijo pegada a su pecho con esa devoción maternal sin límites que caracteriza a toda madre; en esas pupilas laceradas por la nostalgia brilla con extraordinaria intensidad la ilusión de encontrar a sus vástagos,llevarlos de regreso al hogar o al menos tener noticias recientes de ellos; todas coinciden en que el Ejército se tiene que retirar de la zona de los ríos para que los soldados puedan ser liberados y esa es una consigna que no las abandonará durante el viaje.
Poco después de haber salido de Puerto Arango, el firmamento se encapota y en pocos minutos se presenta una terrible tormenta eléctrica en medio de una lluvia torrencial que nos empapa hasta los huesos a quienes no tenemos el privilegio de estar bajo cubierta y no alcanzamos a sacar las carpas de los maletines; de pronto el motor deja de ronronear, se apaga y quedamos a la deriva mientras la embarcación peligrosamente se va acercando a una de las orillas en medio de truenos y relámpagos.
Hábilmente y armados de largas pértigas, los dos maquinistas amortiguan el golpe contra los barrancos y logramos detenernos al comienzo de una playa en donde pasamos la tormenta que no duró más de una hora; una pieza del motor se ha roto y es necesario volver a Puerto Arango a conseguirla, cosa que hace uno de los maquinistas que se embarca en una voladora que pasa y regresa en otra en menos de una hora.
Reparado el daño continuamos el lentísimo viaje hacia Milán, nuestro primer sitio de llegada, riéndonos como niños de los periodistas nacionales que desesperados no hallan cómo librarse de los miles y miles de mosquitos que los persiguen como si los desconocieran y que a todo momento nos preguntan a qué hora vamos a llegar y si podremos dormir en alguna residencia o algo por el estilo.
Pasamos por el puerto militar de Larandia a eso de la una de la tarde y continuamos montados sobre el lomo del Calamar, contemplando los hermosos paisajes combinados con miles de garzas de todos los colores que engalanan los árboles, las playas y los grandes pastizales repletos de ganado antes de entrar a la verdadera selva; estoy observando algunas canoas de pescadores que pasan cerca de nosotros cuando Angelita, la más pequeña de las madres, me pasa un delicioso y humeante tinto con una galleta; es el almuerzo; entonces entiendo que la comida será artículo de lujo durante el viaje.
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