Visita del presidente Santos al Caquetá. Fotografía KamiloArdila

El premio nobel de paz que la academia sueca le otorgó al Presidente Juan Manuel Santos por  “los decididos esfuerzos para llevar a su fin más de 50 años de guerra en el país”, es quizás el impulso que le faltaba a este accidentado proceso para culminar con éxito algo que los colombianos queremos en su gran mayoría: La Paz.

La dedicatoria que el presidente hizo del premio como un homenaje  a las víctimas de la violencia, es una expresión justa y equilibrada que compagina con la filosofía del galardón y el sentimiento de la mayoría de los colombianos.

 Es muy probable que para una minoría extremista el presidente no haya hecho méritos para tan notoria distinción, pero los colombianos sin excepción hemos sido testigos de la férrea decisión del mandatario para llegar a un acuerdo con las Farc, sacrificando sin dudarlo el enorme capital político que lo llevó a la presidencia, sacrificando su ego que en muchos casos resultó seriamente afectado y exponiéndose incluso a los gravísimos peligros que conllevan muchas de las decisiones que tiene que tomar con respecto a las operaciones militares y a las concesiones a la guerrilla.

La mayoría de los colombianos no estamos de acuerdo con gran parte de la obra de gobierno del presidente Santos, en especial en lo que tiene que ver  con la salud, la educación y la política minero energética, pero nadie puede negar que se la ha jugado en todo momento por la paz, que le dio importantes golpes a la guerrilla para poder llevarla a la mesa de La Habana y que este galardón, el segundo que obtiene un colombiano,  es un orgullo para el país y el estímulo que se necesita  para sacar el proceso de paz del atolladero en que lo metieron los promotores del NO.