Jaime estaba desesperado, a sus 50 y tantos años aún no había podido definir su situación económica, ni siquiera la afectiva porque a pesar de haber tenido innumerables novias, nunca tuvo una relación estable y eso sumado a la continua falta de plata, a pesar de sus innumerables esfuerzos por conseguirla, lo tenía despesperado; en los últimos días le había apostado a una cuota en un cargamento no muy santo y había perdido lo que le quedaba…desesperado y con una idea fija en la mente, el Sapo como le decían a Jaime, se fue para un pueblo al sur del Caquetá, a Curillo.

 

Y llegó a Curillo un lunes santo a eso de la una de la tarde con dos maletines en las manos y la firme decisión de salir de pobre; rentó una pieza en una residencia a orillas del río Caquetá, se duchó, abrió uno de los maletines que estaba lleno de libros de magia negra, tomó uno de los textos y se recostó a leer…leyó hasta las 7 de la noche cuando el hambre lo obligó a salir al muelle en busca de comida.

Se sentó a comer en un restaurante pequeñito y acogedor desde donde se miraba la inmensidad del río, las últimas canoas que llegaban a puerto y el bullicio de la gente del campo que arrimaba a preparse para las festividades de Semana Santa; el Sapo comió despacio sin dejar de leer el libro de magia negra que tenía entre las manos; solo al cambiar de página miraba hacia el río como buscando respuesta a una pregunta que atormentaba su cerebro.

Al terminar de comer con paso decidido regresó a la residencia: ya tenía claro qué iba a hacer, cómo iba a conseguir plata y al llegar, buscó en el maletín el libro que quería: “Cómo vender el alma al Diablo”, y comenzó a leerlo.

Amaneció leyendo, intrigado, sin soltarlo ni para ir al baño, repasando mentalmente cada una de las indicaciones que había leído y casi seguro de lo que tenía que hacer: le iba a vender el alma al putas para conseguir plata,  de eso no tenía la menor duda.

Y ese martes santo, el miércoles y el jueves los utilizó para conseguir innumerables hierbas que el libro le exigía tener para poder realizar el pacto con el diablo; caminó por todas partes, visitó viejitas, recorrió solares, consiguió una ramita de esto y otra de aquello, hasta que el viernes por la mañana ya tenía en un bolso todas las hierbas que requería para su cometido.

Entonces salió para el puerto con la bolsa donde llevaba las hierbas y el libro, tomó una chalupa y pasando Puerto Guzmán, a eso de las cinco de la tarde de ese viernes santo frío y lúgubre, arribó a una playa donde el maquinista lo miró inquisidor, aunque para sus adentros creyó que se trataba de un vicioso buscando un sitio solitario para darle rienda suelta a sus instintos.

Pero el Sapo iba a lo que iba, se introdujo en la selva y a eso de las 6 de la tarde, ya de noche, se sentó en la bamba de una gigantesca ceiba que consideró a propósito para su cometido.

Entonces mientras llegaban las doce de la noche, prendió una hoguera, comenzó a echarle las hierbas que llevaba y a la luz de la llama preparó las oraciones y las invocatorias que tenía que decir a las 12 de la noche para poder negociar con Satanás.

Y faltando unos pocos minutos para las 12 el Sapo comenzó a leer una extraña serie de retahílas que siempre terminaban con el coro: “diablo, diablo, manifiéstate que te quiero vender el alma…”.

Y en esas estaba cuando llegaron las 12, entonces comenzó a gritar las oraciones, a invocar al maligno con todas sus fuerzas, en su delirio se imaginaba un diablo elegante que llegaría con muchos costales llenos de plata a comprarle el alma.

 

Y entonces sucedió…un penetrante olor a azufre se esparció por el lugar, caminó por la bamba del árbol, cruzó las ramas que estaban en el piso, llegó a la hoguera y de pronto comenzó la humareda, y lo primero que vió el Sapo fueron los cachos: largos, rojos, puntudos y echando candela por las puntas, y le temblaron las piernas, y sintió que algo húmedo rodaba entre sus piernas, y entonces la cara del mandingo apareció, parecía un triángulo de candela coronado por unos cachos inmensos con ojos como brasas y con una sonrisa de trueno que gritó…Qué quieres Jaimito?

 Y el sapito no  aguantó más, salió corriendo como un desesperado, tumbando palos y troncos en la oscuridad, corría como queriendo salir de un abismo, desesperado y con una mano en el pecho tratando que no se le fuera a salir el alma y el mandingas se la llevara.

Y sin saber cómo ni a qué horas se encontró en la playa cuando amanecía, y de milagro un bote que pasaba lo recogió, estaba transparente, con los ojos desorbitados, oliendo a todo porque había perdido el control de sus  esfínters, y así llegó al puerto, a la residencia, se bañó como pudo, tiró los libros de magia al baño y salió corriendo a buscar una flota que lo llevara a Florencia…definitivamente el susto que le pegó el diablo fue tremendo y como pudo escapó de Curillo, definitivamente para el sapito siempre fue muy difícil conseguir plata.

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