Después del horrendo crimen de Yuliana Samboní efectuado con saña infinita por Rafael Uribe Noguera, un “niño bien” de la sociedad santafereña, creímos que ya nada nos podía escandalizar; pero se acaba de conocer el caso de una niña de Armero, de apenas tres añitos, Sara es su nombre, torturada y violada como en el caso de Yuliana; el de una bebecita de apenas 4 meses, violada por un soldado, el femenicidio efectuado por un desalmado en El Cauca, quien según confesó a la policía que después de asesinar a su esposa había ahogado a sus dos hijitos, uno de ellos en condición de discapacidad, son crímenes que no tienen nombre, que indican que el cáncer del salvajismo está carcomiendo la sociedad y que es necesario implementar medidas efectivas que corten de raíz tan inconcebibles crímenes.
A cada rato nos estremece la noticia de que el mayor monstruo que ha tenido el mundo, Garavito, está a punto de obtener su libertad después de haber violado y asesinado decenas de niños, que Rafael Uribe Noguera podría pagar su condena en la mitad del tiempo al que fue condenado, que a algunos violadores y asesinos se les ha dado la casa por cárcel, es decir, que un manto de impunidad está cobijando a muchos monstruos que han hecho muchísimo daño y que podrían volver a hacerlo apenas recobren su libertad.
Todos estos sucesos parecen ser señales apocalípticas de que algo aún más grave está por suceder, y sin querer pasar por tremendistas o por profetas de mal augurio, si tenemos que señalar que algo muy grave está ocurriendo y ocurrirá a muy corto tiempo; la sociedad está enferma y a menos que sus dirigentes tomen en serio estas señales implementando medidas drásticas para que no se repitan tales atrocidades, la hecatombe vendrá y entonces como ratas, chillaremos nuestro dolor cuando alguno de estos terribles crímenes toque a la puerta de nuestras casas.