Te busqué
Por todos los vericuetos de ese monstruo
Donde en tardes apacibles te enseñé a nadar.
En cada piedra,
En cada recoveco,
En cada esquina,
En cada rama sumergida entre los chorros,
Me parecía ver tu figura de niño consentido.
Los cascos de la angustia
Resonaban en mi alma,
La luz de tu recuerdo
Bailaba en mis pupilas,
En silencio caminaba y caminaba
Por las piedras y las peñas
Buscando una señal de tu presencia.
Mi alma era una malla por la cual
Se filtraban los peces de la duda,
No sabía dónde estabas,
No sabía aún si estabas en el río.
El dolor de tu partida hijo mío
Es una espada de fuego taladrando mis sentidos,
Es ese dolor inconcebible,
Que solo un padre y una madre pueden percibir…
Sin anunciar sus pasos
Interminables los recuerdos se pasean
Por los febriles caminos de la mente.
Aún te veo llegar
Con tu figura de palma mecida por el viento,
Te veo llegar como lo hacías
Aquellos días apacibles en los cuales
Tu voz alegre se escondía
Entre las últimas luces de la tarde.
Aún te veo llegar
Con tus múltiples proyectos
Y tus consabidas palabras,
“quiero hablar contigo,
En serio, quiero hablarte”.
Y mientras ruedan silenciosas
Dos lágrimas amargas por los caminos de mi alma,
Pienso en tus palabras
Y cuánto diera por volver a escucharlas.
Pero nada ni nadie
Puede regresar esas palabras,
Ni tu presencia,
Ni tus proyectos,
Ni tu mirada consentida
Ni esa sonrisa de malicia y picardía
Donde nadaban las señales de la duda.
Adiós mi negro,
Adiós Juan Pablo de mi alma,
Adiós hijo de amor y de nostalgia
Muy pronto te veré al otro lado de la vida…
Ya no puedo esperar que vuelvas
Ni esperar que me regales tu risa de la duda,
Por eso preparo mis maletas
Cargadas con toneles de melancolía,
Con esos vallenatos que cantabas
Y con las lágrimas preciosas de tu madre,
Para cincelar con todas nuestras fuerzas
en el pergamino doloroso de la ausencia
Un poema que sea la despedida
Para aquellos que nos aman…