A las doce de la noche de ese viernes santo, el tipo del vestido de paño se paró de su mesa, levantó la copa y se tomó de un tirón el aguardiente, se acercó a otra mesa y sacó a una chica a bailar…la chica impresionada lo miraba mientras bailaba cuando empezó a notar algo raro; el hombre se fue poniendo más rojo que un tomate, le comenzó a salir vapor por las orejas y le comenzaron a salir cachos en la frente, un terrible olor a azufre se esparció por el lugar mientras la chica caía al piso desmayada…
En la década de los 60 y comienzos de los 70, la Semana Santa era algo muy serio; nadie se bañaba porque por esos días se bañaba “la mula del diablo” y mucho menos los negocios de venta de licores funcionaban; estaban prohibidos sin que ninguna ley lo estableciera, simplemente nadie se tomaba un trago porque todo el mundo se lo pasaba orando y haciendo penitencia en La Catedral.
Por eso la noticia se filtró sigilosamente entre los habituales contertulios de los bares y cantinas de Florencia; “Damasco”, el bailadero que quedaba en las afueras del pueblo, hacia la quebrada La Yuca, abría ese viernes santo hasta el amanecer, luego sin que nadie del pueblo escuchara la música, los amantes de la rumba fueron saliendo silenciosamente, en carro, incluso a pié a los bacanales anunciados.
Y la rumba se prendió, un selecto grupo de chicas de vida alegre acompañaban a los pecadores que sin reatos de ninguna especie, bebían y bailaban gozando de lo lindo en ese fatídico viernes santo.
Como a las 10 de la noche muchos se extrañaron cuando vieron llegar a un individuo con traje completo de paño, se acercó a la única mesa que estaba vacía, se sentó y pidió una botella de aguardiente que pagó con un billete de un rollo que sacó del bolsillo del saco.
Con el calor de la rumba la gente poco a poco se olvidó del hombre y continuaron bailando frenéticamente como si el mundo se fuera a acabar y no alcanzaran a disfrutarlo, pero a las 12 de la noche la verdadera fiesta comenzó…
El sujeto del vestido completo se levantó de su silla, apuró un trago doble y sacó a bailar a una de las chicas de la mesa vecina…hasta ahí todo bien y la chica estaba orgullosa porque la había sacado a bailar el enigmático personaje, pero de pronto las cosas comenzaron a cambiar…
Al tipo le comenzó a salir un vapor que olía a azufre por las orejas y de pronto se fue poniendo más rojo que un tomate y le fueron creciendo las orejas y le comenzaron a salir cachos y comenzó a reírse de una forma tan estridente que el sonido quedó opacado con sus risotadas.
La fiesta se paralizó, la chica que bailaba con él se desmayó, alguien gritó El putas el putas y todo se volvió Troya, todo el mundo salió corriendo, las viejas tiraban sus tacones para poder correr mejor, los hombres buscaban desesperadamente el camino a Florencia, todo fue un verdadero caos y los que alcanzaron a salir vieron metros más adelante cómo Damasco se convertía en una hoguera y cómo se escuchaban las risotadas del Diablo.
Hubo infartos, desmayos, carreras, muchos llegaron hasta la Iglesia que ya estaba sola pidiendo a gritos al cura que les abriera para confesarse y al otro día, la noticia de que El Diablo se había aparecido en Florencia, era vox pópuli en el pueblito mientras el cura predicador aprovechaba el pánico para enrostrarle a los pecadores su osadía de tomar trago en pleno viernes santo.